lunes, 4 de enero de 2010

La Belleza en la Primera Madurez



En el silencio del día, cuando todo se acalla,
y el único sonido es el constante palmoteo de los recuerdos.

En el parque soleado hay un solo banco a la sombra.
Un único banco sombreado entre tantas bancas disponibles.
Todas dispuestas al sol. Quemantes.
Caminar hasta la única sombra y aquietar el fragor del quemante sol.
Nada más que hacer. Nada que mirar. Nada que pensar.

Y emergen las presencias de las impresiones recientes.

Bellezas sobre los cuarenta afloran por doquier.
Puede que el gusto cambie o la apreciación se amplíe.
Más parece, sin embargo, verdad aquello de la mujer madura,
que alcanzando ya su plenitud y seguridad, trasunta desplante y soltura,
dejando en evidencia un halo de misterio y cordura que atrae cual abeja reina al panal.

Mientras más veo y escucho, más siento su presencia.
La juventud es un parámetro sobrevaluado y sus características mal entendidas.
La piel tersa pero tensa, nada tiene que hacer compitiendo contra algunas arrugas y pliegues bien llevados, reflejo de experiencias y vivencias.
El pudor e inocencia de la adolescencia no necesariamente se pierde, sino más bien muta a la sobriedad y al desparpajo controlado, a la sabiduría y autocontrol del cuerpo propio y el de la pareja.

Mujeres en su primera madurez, jóvenes de espíritu, libres, abiertas y sin traumas.
De esas que afortunadamente forman mayoría.
Mujeres...

En el silencio del día, cuando todo se acalla,
y el único sonido es el constante palmoteo de los recuerdos.

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