Estamos en el barrio Brasil, en calle Maipú, donde reflorece uno de los sectores más bellos de la ciudad; esa que era caminable, cercana, de vecinos y amigos. Donde abundan pasajes con cuidadas casonas de inicios del siglo pasado. Cuando las obras públicas eran para cien años y no había cables que nublaran la vista pues todo iba bajo tierra...
La entrada es no antes de las 23:00 hrs., previa reserva. Eventos que se dan cada 3 ó 4 meses y de cuyo acontecimiento nos enteramos por las amistades y el pequeño mundo. Hacemos hora en el restaurante francés vecino y contiguo, con un Sauvignon Blanc helado y un paté de la casa que incita a la salivación.
A las 23:15 entramos a La Gárgola. En el lugar, una ecléctica y variopinta pléyade de personas arriba por goteo y se dispersa entre los 3 pisos habilitados a público, recorriendo pasillos y habitaciones, con muestras de ropa y joyería en venta, salas decoradas con muebles de diseño, comedores, sillas, arrimos, cuadros y esculturas originales.

Nos vamos sorprendiendo en cada rincón con los detalles, con los cambios de iluminación, con los ventanales que dan vista hacia el patio interior y cada ángulo aborda una nueva narración de lo que ahí comienza a ocurrir.
Terrazas interiores y otras moriscas que dan al exterior, mirando al poniente y al crecimiento de la ciudad.
La suave -a estas alturas- música de fondo, ambienta e insinúa lo que está por venir. El bar se abre y sin miramientos ni complicaciones bebemos en vasos plásticos transparentes. Lo simple amigado con lo esencial.

Y aparecen en escena: Les Balayeurs du Désert (banda sonora de Royal de Luxe y
Se tomaron el local por asalto. Con tonos variados, destreza musical, ritmos que iban desde una cumbia con vientos hasta un blues del bayou, con tintes de rock y pinceladas de poesía y música pascuense. Perfecta mezcla para el ambiente. Grandes voces, actuaciones y desplante de las tres mujeres chilenas y del líder Michel Augier, que con la guitarra y la armónica sintonizaba las aproximaciones musicales de unos y otros.
El lugar se transformó en una fiesta. Desde todos los pisos la gente asomada, bailando, aplaudiendo, disfrutando. Y nosotros entre ellos, siendo unos más.
Tras el fin de la actuación, los DJ`s apartados tras el vidrio, como viendo el mundo en vitrina, hicieron su aparición y con una mezcla que personalmente no vivía hace mucho, nos hicieron bailar y trompear hasta pasadas las 05:00 am en una noche para recordar.
Las sorpresas en las calles de Santiago no paran de aparecer.
Sólo hace falta circular y ver.
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