Es martes y son las siete de la tarde.
Caminando por Av. Manuel Antonio Matta hacia el poniente, por la vereda norte.
En el ambiente se sienten los 20º Celcius y una agradable brisa que humedece y suavisa mi respiración.
Pasando Cuevas y luego Madrid, ambas calles con sus calzadas separadas por jardines enveredados y sombras de árboles añosos que acogen a los paisanos que habitan en sus alrededores.
Algunas fuentes y árboles en flor en el parque central adornan la amplia y limpia avenida. Paso Lira y arrecia el sol en la cara encegueseciéndome y dejando mis pasos a la intuición.
Paso una calle sin salida y ya mi rodilla denota el camino recorrido, cediendo, débil, inestable. Sin causas ni explicaciones, pero los efectos están.
Manuel Antonio Tocornal y sus pequeñas casas de colores, y frente al pasaje Londres y el pasaje Lima, el murallón verde oliva de la Iglesia del Santísimo Sacramento construida entre 1891 y 1896 por Emilio Doyére, y Monumento Histórico Nacional desde 1986.
Ahora toda mi pierna se duerme y aun así avisa el dolor.
En las calles no hay cables a la vista y ésta se pierde en los confines de las particulares miradas. Sólo se sienten las corriente del aire y la eléctrica del hormigueo que recorre mi costado.
Ya en la calle de mi destino, a pasos de Santa Rosa y en calles interiores, el dolor se discipa, me recibe un Rosal que florece entre la sequedad y aridez.
Y un niño trabaja recolectando cartones en su carro con un quiltro de compañía.
Fue un paseo, caminando por Santiago.
Me encantó este relato tan vívido y sentido... sobre todo por la pobre rodilla.
ResponderEliminarGuau
Gracias anónimas...
ResponderEliminarY lo de la rodilla es en efecto otra historia, que a estas alturas tiene visos de acción budú...